Todos queremos que nos digan la verdad. Y a la cara. Las puñaladas por la espalda siempre las hacen otros, y nunca somos de criticar. ¡Ja! Las cosas se arreglan hablando, porque es la mejor forma de poner las cartas sobre la mesa y jugarlas de una manera limpia, sin tapujos ni engaños. Bla bla bla bla…
Estoy cansada de hipocresías. El que diga que nunca habla mal de alguien cercano miente. El que considere a todos sus amigos por igual miente (o no los tiene de verdad). El que diga que no hay nadie, de su entorno, a quien no soporte, miente. Y es así, y tampoco pasa nada. O al menos no tanto como para que se caiga el mundo.
Admitámoslo de una vez. Los amigos de verdad se cuentan con los dedos de una mano y suele sobrarnos alguno. Pero eso no es malo. Simplemente hay muy pocas personas en el mundo con las que se congeniará a la perfección, porque todos somos distintos, con valores y formas de actuar diferentes, y encontrar gente con la que complementarse y mirar hacia el mismo lado es complicado. Y ahí está el mérito y la recompensa; en que cuando se encuentra, ves que el esfuerzo a merecido la pena.
Ahora bien, el tener pocos “muy buenos amigos” no quita para que haya otras personas importantes en tu vida, con las que sales, te diviertes y hasta compartes tus problemas. Pero no es lo mismo, porque a ellas no acudirás a las tres de la mañana porque has perdido las llaves (o algo peor) tras una noche de locura y desenfreno. No entrarás en su casa como si fuera la tuya y pondrás los pies encima de la mesa, ni llamarás a su madre para aliarte con ella y montar a esa amiga/o la fiesta sorpresa más alucinante. Y no hay que pretender negarlo, ni pensar que algún día sí sucederá todo esto.
Cada uno tenemos un lugar en el mundo y otro en la vida de cada una de las personas a las que conocemos. Para unas estamos en primer plano, o incluso por delante de ellas, para otras somos el segundo plato, el suplente o al que acudir cuando no hay nadie más en la lista. Y es así. Punto. Ni bueno ni malo. Solo una realidad.
Hay cosas en esta vida que no se pueden decir. Pero ni falta que hacen. Todos las sabemos o al menos deberíamos. Las verdades están muy bien, pero hay algunas que si las dices pueden ocasionar mayores problemas, y cuando van dirigidas a esas personas que no están en línea preferente… ¿merecen la pena? Además, a la hora de la verdad nadie se va a atrever a decirlas (falta la confianza que sí hay ante un verdadero amigo) y las suplantará con palabras políticamente correctas, pero vacías y que en el fondo son la mentira más grande. Conclusión, para decir verdades a medias, y hacernos creer que somos más amigos de lo que lo somos en realidad, dejar las cosas como están. Si ya todos lo sabemos, no hay razón para seguir fingiendo.
No pretendo dar a entender que hay que tener enemigos. Esos vendrán solos y cuando menos te lo esperas. Pero seamos honestos, y no con todo el mundo nos vamos a poder llevar a las mil maravillas. De lo contrario, menudo juego más aburrido esto de de la vida ¿no?