No importa la edad

Como cada tarde, cogí el tren para volver a casa. Conseguí sentarme en uno de los asientos que me gustan. Individual, mirando en la dirección del tren y pegado a la ventana. Por fin pude deshacerme de mis bultos y acomodarme para un nuevo viaje de vuelta a casa. Ese día alguien se sentó enfrente de mí; y dirás, bueno, una persona más, como cualquier pasajero con el que te encuentras en un tren (¡menuda novedad!); y así es, pero a mí me llamó la atención.

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Tenía edad para fardar de privilegio de abuela, pero sin duda era una mujer activa, completamente válida por sí misma y que por nada del mundo se consideraba mayor.

Yo estaba enfrascada en mi libro, pero no pude evitar ver lo que mi compañera de viaje estaba haciendo en ese momento. De su bolso sacó una caja que por su color rosado, forma, y tipografía que anunciaba el producto, todo apuntaba a que se trataba de algún cosmético, perfume o algo similar.

Cuando lo sacó de su envoltorio, una sonrisa se dibujó en mi cara, ya que de la caja apareció un tarro que me trasladó a la época en la que mi madre me curaba las heridas con ese líquido rojo intenso al que llamábamos mercromina. Éste era igual, más bien a mi me lo pareció así, pero claramente en su interior no contenía lo mismo.

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Me quedé extrañada unos minutos pensando qué era aquello, pero pronto se despejaron (relativamente) mis dudas. La mujer abrió el bote cogiendo una especie de cuentagotas el cual estaba impregnado de ese líquido que contuviera y empezó a esparcírselo por el cuello; más concretamente en la zona de la papada. Una vez aplicado dicho ungüento, procedió al siguiente paso, consistente en darse golpecitos con los dedos en las mismas zonas.

No pude evitar lanzar una pequeña e inofensiva carcajada. Suerte que pude disimularla mirando el móvil, haciendo que era muy interesante aquello que me contaban por Whatsapp en ese preciso instante. Pero es que a falta de una vez, durante el trayecto de una media hora en la que compartimos tren, fueron varias las veces que la mujer repitió el ritual.

A la hora de bajar del tren, su protocolo de belleza aún no había terminado. Antes de que las puertas se abriesen en nuestro destino, se miró a través del cristal para retocarse el carmín de los labios y asegurarse de que estaba perfecta. Me constaba que alguien le esperaba en la estación, aunque mi información no alcanzaba a saber quién, pero probablemente, esa, o esas personas, no eran el motivo de su comportamiento.

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Un trayecto de camino a casa sirve para mucho. Y está claro que entre esas miles de cosas, tiene cabida el no perder ni por un momento el sentido de la coquetería. No importa la edad que se tenga… lo principal es estar perfecta en el momento que sea.

2 comentarios en “No importa la edad

  1. La edad si que importa, la edad es cruenta y drástica, la edad es vida y razón, la edad es motivo e inspiración, la edad es sentencia y absolución.
    Me gustó la primera mitad más que la segunda. Gracias.

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