Son solo ficción

No soy psicóloga, ni pedagoga… y no sé cuál es la mejor educación que debemos recibir en la infancia, ni cuál es la mejor forma de vivirla. Sólo sé cómo fue la mía: feliz. Y gracias a ella me he convertido en lo que soy hoy. Y no está tan mal. Vale, he cometido errores, muchos, he hecho cosas que no debería haber hecho y dejado de hacer unas cuantas que tendrían que haber estado en los primeros puesto de mi lista de la vida, pero también soy humana.

No sé si hubiera sido mejor o peor si las cosas hubieran sido de otro modo, pero mi niñez a día de hoy no tendría sentido sin recordar ese día en el que se me rompió la caja de mi VHS de La Cenicienta. Tampoco podría olvidarme ya de que ésta, junto a Blancanieves, fueron de las primeras películas que tuve en mí poder. O que la Bella y la Bestia fue la primera película que fui a ver al cine. Yo no sería la misma si no me hubiera pasado años cantando “eres tú mi príncipe azul que yo soñé”. Pero eso no quiere decir que ése haya sido el lema de mi vida.

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Yo he nacido, he crecido y me he divertido juntándome con mis primos a ver todas las películas Disney, esas que tienen princesas, cuentos que nunca se harán realidad e historias que nos llenan la cabeza de pájaros que un día tomarán el vuelo. Y aquí estoy, bien crecidita y sin ningún trauma por el que lamentarme.

Dicen que las princesas Disney han hecho mucho daño. Y reconozco que muchos de los argumentos que se dan como justificación a ello pueden tener cabida en mis ideales. Pero luego me miro a mí, y yo no quiero ser la protegida de nadie, ni quiero ser rescatada por un apuesto príncipe porque yo no me sé sacar las castañas del fuego. Ni quiero vivir en un mundo ideal en el que mi única preocupación sea entonar bien una canción melosa.

Yo quiero tener mi propia vida, profesional y personal. Quiero ser autosuficiente económica y sentimentalmente. Quiero ser una chica del siglo en el que vivo y no sentirme inferior a nadie. Y aún así, en su día, fui feliz viendo a La Sirenita o a Pocahontas.

Creo que mi generación y la que me rodea podemos sentirnos orgullosas de saber que las riendas de nuestras vidas son nuestras, y de nadie más. Somos esas generaciones que se sienten con poder de decisión y de opinar a micrófono abierto. Y todas hemos querido ser alguna vez Bella o Jasmine, o al menos yo (por eso de no generalizar).

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Haber crecido rodeada de toda esta fantasía no me ha hecho no saber lo que es el respeto, o la importancia de la igualdad entre géneros y razas. Porque por suerte, he recibido una educación, aparte de lo que veía en la caja tonta, que me ha hecho saber que no hay nadie por encima de nadie, ni que un día encontraré un príncipe azul con el que viviré en un gran castillo, feliz y sin preocupaciones, y encima sin tener que pagar una hipoteca.

Entonces me pregunto, ¿el problema está en esas películas? ¿Son esas princesas las culpables de que no hayamos crecido con unos valores adecuados? Igual es darle una responsabilidad que ataña más a seres de carne y hueso, y no simples personajes de ficción. Porque al fin y al cabo, son solo eso ¿no?